Las tarjetas de crédito son como ese ex que te endulza el oído, te dice que todo está bien, y cuando menos lo esperas, ya te dejó en calzones… y con la cuenta vacía. En México, el plástico no solo sirve pa’ envolver los bolillos en la tienda, también pa’ envolvernos a nosotros en deudas que ni en tres vidas de repartidor de Uber se pagan.
Hay dos tipos de usuarios de tarjeta de crédito: los que la saben usar… y los que no, pero le entran como si fuera taco de canasta gratis.
Los que saben:
Estos son los cabrones que parecen haber nacido con un chip de contador. Pagan a tiempo, aprovechan los “meses sin intereses” y hasta sacan puntos que cambian por cosas que sí usan, como boletos de avión o licuadoras que nunca abren. Ellos saben que la tarjeta no es dinero extra, sino una especie de pacto con el diablo donde si no cumples, te va como en feria. Son como esos que tienen sexo sin enamorarse: entran, salen y no se clavan.
Los que se dejan:
Aquí entra la banda que ve la tarjeta y dice: “¡Uy, mira, dinero mágico!”. Se lanzan como si fuera quinceañera con pastel gratis: ropa, celulares, pantallas, cenas en lugares caros pa’ impresionar a alguien que ni los va a pelar después. Pagan el mínimo, porque “así aguanto más”, y cuando ven el estado de cuenta, ya están más endeudados que político en campaña. Y sí, la tarjeta sí los hace sentir poderosos… hasta que el banco les dice que su límite ya se los metieron por detrás (sin permiso y sin vaselina).
La ironía del asunto:
La tarjeta te deja aparentar que tienes lo que no tienes. Es como usar faja: por fuera se ve firme el paquete, pero por dentro andas ahogado. Sirve para vivir un presente prestado y un futuro jodido. Pero eso sí, qué sabroso es pagar con tarjeta mientras el mundo arde.
Conclusión:
La tarjeta de crédito no es mala. Es como el tequila: el problema no es el trago, sino el pendejo que no sabe cuándo parar. Si la usas bien, te saca de apuros; si no, terminas con el crédito tronado, la dignidad en oferta y el alma empeñada a 12 meses sin intereses.
Así que, antes de andar deslizándola a lo loco, piénsatela dos veces. No vaya a ser que te termines metiendo en una relación más tóxica que tu ex… pero esta sí te deja sin casa, sin coche y sin calzones.


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