
00:07 a.m.
Estoy despierto. No debería estarlo.
Mañana es el día más importante de mi vida.
Tengo que dormir.
No puedo dormir.
La presentación está lista, la revisé cinco veces.
El discurso lo ensayé en el espejo, en la ducha, hasta en mi cabeza mientras hacía la cena.
Mi ropa está planchada, mis papeles en orden.
Pero no puedo dormir.
Porque mi mente no me deja.
00:42 a.m.
Pienso en los números, en los cálculos, en las preguntas que me podrían hacer.
¿Y si me equivoco? ¿Y si titubeo?
¿Y si, después de todo este esfuerzo, no sirve de nada?
¿Y si me rechazan?
Respiro hondo. Tranquilo. Todo saldrá bien.
Me acomodo mejor. Cierro los ojos.
Pienso en cosas agradables: vacaciones, una playa, la brisa del mar.
Funciona por cinco segundos.
Luego me acuerdo de las cuentas que debo pagar.
01:15 a.m.
Me doy la vuelta en la cama. El reloj es mi enemigo.
El tiempo avanza y yo sigo aquí, atrapado en mi propia cabeza.
Intento no pensar en la importancia de mañana.
Pero mi cerebro insiste.
El cliente puede significar la estabilidad económica que tanto he buscado.
Si la presentación sale bien, mi vida cambiará.
Pero si fracaso…
No quiero pensar en eso.
01:47 a.m.
Me levanto a beber agua.
La cocina está en penumbra, el refrigerador zumba suavemente.
Todo el mundo duerme menos yo.
Me miro en el reflejo de la ventana. Me veo cansado, con ojeras profundas.
Si sigo así, pareceré un cadáver en la presentación.
Me meto de nuevo en la cama.
Intento un truco: cuento hacia atrás desde 100.
99… 98… 97…
Me doy cuenta de que estoy contando demasiado rápido.
Intento otra vez, más despacio.
96… 95… 94…
La voz en mi cabeza interrumpe.
“No olvides repasar el punto tres de la propuesta.”
“Mañana van a notar si estás nervioso.”
“¿Seguro que la cifra de costos está bien?”
Abro los ojos con furia.
Me siento traicionado por mi propio cerebro.
Me tapo con la sábana hasta la cabeza, como si eso pudiera aislarme de mis pensamientos.
02:32 a.m.
Esto es una maldita tortura.
Me imagino a mí mismo en la presentación.
Me veo frente a todos, vestido de traje, con las diapositivas detrás de mí.
Trato de visualizarme hablando con seguridad.
Pero mi mente insiste en otro escenario:
Me tropiezo, se me cae el micrófono, las cifras están mal, se ríen de mí.
Me tapo la cara con las manos.
Esto no está funcionando.
Cierro los ojos con fuerza. Me obligo a respirar profundo.
Debo dormir. Debo dormir.
03:15 a.m.
Empiezo a sentir algo raro.
Como si mi cuerpo pesara más.
Como si me estuviera hundiendo en la cama.
¿Será esto? ¿Será el sueño al fin?
Oigo un sonido lejano.
BEEP. BEEP. BEEP.
El despertador.
Abro los ojos de golpe.
¿Qué? ¿Ya? ¿Cuándo?
No recuerdo haber dormido.
Me siento en la cama, confundido.
Mi corazón late rápido.
¿Acaso dormí sin darme cuenta?
Me levanto.
Me miro en el espejo.
Mis ojos están rojos, pero mi cabeza está despejada.
No recuerdo haber dormido, pero no me siento tan mal.
¿Es posible haber soñado que no dormía?
¿Estuve atrapado en un bucle de insomnio dentro de un sueño?
No tengo tiempo para pensar en eso.
Me ducho, me visto, tomo mis cosas.
Camino hacia la oficina, con el sol de la mañana iluminándome la cara.
Repaso mentalmente cada punto de la presentación.
Estoy listo.
¿O no?
Entro al edificio.
Subo en el elevador, respirando hondo.
La sala de juntas está llena de ejecutivos esperándome.
Me siento en mi lugar, listo para empezar.
Abro la boca para hablar…
BEEP. BEEP. BEEP.
¿Qué?
Abro los ojos.
Estoy en mi cama.
El despertador suena otra vez.
¿Todo fue un sueño?
Miro el reloj. 05:30 a.m.
Mi corazón late como un tambor.
¿Cuánto de lo que viví fue real?
O peor… ¿aún sigo soñando?

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