El Pirata y la Lámpara Borracha

El Capitán Jack “One-Eyed” Sullivan tenía todo lo que un pirata debía tener: un barco destartalado, una tripulación floja y un loro que insultaba mejor que un marinero.

Lo único que le faltaba era suerte.

No importaba cuántos mapas siguiera o cuántas islas explorara, cada tesoro que buscaba terminaba siendo una decepción.

Cofres llenos de piedras, mapas que solo llevaban a más mapas, y una vez, un barril de pescado podrido que casi mata a la tripulación con su olor.

Pero todo cambió el día que encontró la lámpara.

Fue en una cueva olvidada, en una isla que ni siquiera tenía nombre.

No había oro, no había joyas, solo esa lámpara vieja, polvorienta, con pinta de no valer ni dos monedas.

Pero algo en su instinto le dijo que la frotara.

Y cuando lo hizo, el cielo se iluminó con un rayo azul y un estruendo sacudió la cueva.

Frente a él apareció un genio… pero no era el genio que esperaba.

En lugar de una majestuosa figura etérea, el genio flotaba tambaleándose, con los ojos rojos y una botella en la mano.

—¡Ajá! ¡Otro humano que quiere deseos! —exclamó con una voz rasposa.

Jack frunció el ceño. —¿Estás… borracho?

—¡Siempre! —dijo el genio con orgullo, dándole un trago a su botella. —Años de encierro y el único entretenimiento era la destilería mágica.

Jack sintió que su mala suerte no tenía límites.

—Bueno, borracho o no, me debes un deseo.

—¡Por supuesto, capitán! —El genio le hizo una torpe reverencia y casi se cayó.

—Quiero riquezas, oro, montañas de tesoros.

El genio parpadeó, confundido. —¿Oro? Bah, todos piden oro. Sé más creativo.

Jack bufó. —Está bien, sorpréndeme.

El genio chasqueó los dedos y un cofre apareció frente a Jack.

El pirata lo abrió con ansias, esperando lingotes brillantes…

Pero lo que encontró fueron botellas de ron, cientos de ellas.

—¿Qué es esto? —gritó Jack.

—¡El mejor ron del mundo! —dijo el genio, sacando una botella y bebiendo un gran trago.

Jack se frotó la frente. —¡Te pedí riquezas, no una cantina flotante!

—Amigo mío, ¿sabes cuánto pagarían por este ron? Es legendario. Véndelo y serás rico.

Jack dudó. Olió una botella. Era fuerte, con un aroma exótico.

Dio un sorbo. Era el mejor ron que había probado en su vida.

Quizá… quizá el genio tenía razón.

De vuelta en el barco, la tripulación no tardó en darse cuenta de su “tesoro”.

—¡Capitán, esto es mejor que el oro! —gritó uno de sus hombres.

—¡No si se lo beben todo antes de venderlo! —rugió Jack.

Pero era demasiado tarde. En una noche, la mitad del ron desapareció.

Y con él, sus sueños de riqueza.

Para el día siguiente, la resaca en el barco era más peligrosa que una tormenta en alta mar.

Los hombres apenas podían sostenerse en pie, el loro cantaba canciones obscenas, y el genio…

El genio estaba roncando en la bodega, abrazado a una de sus botellas.

—Maldita sea mi suerte —murmuró Jack.

Pero justo cuando estaba por arrojar la lámpara al mar, un barco enemigo apareció en el horizonte.

—¡Navío a la vista! —gritó un marinero, con la voz pastosa de tanto beber.

Jack sintió que el destino se burlaba de él una vez más.

—¡Preparen los cañones! —ordenó, aunque la mitad de su tripulación apenas podía sostenerse en pie.

—¡Tenemos que huir, capitán! —gritó su primer oficial.

Pero Jack no era de los que huían.

Miró la lámpara, luego al genio que aún dormía.

Lo despertó de una patada. —¡Necesito un deseo! ¡AHORA!

El genio bostezó. —¿Otro? Está bien, pero esta vez será algo especial.

Chasqueó los dedos y… ¡PUM!

Todo el barco enemigo se llenó de barriles de ron.

Confundidos, los piratas enemigos abrieron un barril, probaron el licor y, en cuestión de minutos, estaban tan borrachos como la tripulación de Jack.

La batalla terminó sin un solo disparo. En su lugar, hubo una fiesta épica entre dos tripulaciones que olvidaron por qué se estaban enfrentando.

Al final de la noche, Jack seguía sin oro, sin joyas… pero con una historia increíble para contar.

Miró al genio con resignación. —¿Sabes qué? Me caes bien.

Y así, con un barco lleno de ron y una tripulación más bebedora que guerrera, Jack siguió navegando. Sin riquezas, pero con más aventuras que nunca.


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